¿Se puede justificar el trabajo infantil? Parece que sí. “El traslado/enseñanza de capacidades y vínculo/relevo generacional respecto a la producción del café sólo puede darse de padres a hijos, desde corta edad y a partir de la práctica concreta del niño o niña en el campo”. Eso es lo que dice el último estudio de la “Ong certificada” de la Asociación Nacional del Café de Guatemala (ANACAFÉ). Un trabajo, por cierto, financiado con ayuda de la cooperación institucional española.
El diagnóstico para el que han estrujado sus mentes 140 cafetaleros, pequeños, medianos y grandes del país, viene a decir que si la escuela aleja a niños y niñas del campo y, claro, así ellos se quedan sin mano de obra especializada. “¿Quién va a trabajar la cosecha si sigue la tendencia de que los jóvenes se desvinculan del campo?”, se desesperan.
Con buenas palabras, hablan de la necesidad de un equilibrio entre “familia, escuela y campo” y señalan que “la superación del trabajo infantil irá de la mano con el aumento del margen de beneficio que deje el café a trabajadores, fincas y cooperativas”. Bien, ¿hablamos de jornales? Parece que no: desde el estudio se pide que el Estado se ocupe de dar “apoyo a la población de escasos recursos”, que curiosamente conforman el grueso de los trabajadores de los cafetales.
Además, tampoco es que ellos tengan mayor responsabilidad en un país con más de un millón de niños y niñas trabajadores (aunque no sólo en el cultivo del café). En realidad, “la explotación, el maltrato o los obstáculos para ir a la escuela deben ubicarse en la relación de padres-hijos (ámbito familiar)". A pesar de lo que pueda parecer, los dueños de los cafetales quieren “un café libre de trabajo infantil”, más que nada por que resulta que los dichosos consumidores se han puesto caprichosos y las certificaciones internacionales cada vez se fijan más en esas pequeñeces.
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